martes, 24 de febrero de 2015

Casos reales. Enterrados vivos III

Querido lector, una vez más te presento una serie de infortunados que fueron sepultados en vida, según cuentan sus leyendas.

Rosario Zuazagoitía

Cuando Rosario murió, en 1832, su hermana Carmen –quien después se casó con el viudo-, le ató las manos con un pañuelo, para simular que estaba rezando.
Cuando Carmen falleció, unieron sus restos con los de Rosario para introducirlas después en el mausoleo familiar. Al abrir la tumba, encontraron sus manos desatadas, su cuerpo en otra posición, incluso se hallaron trozos de uña incrustados en la urna.



Madame Bobin

Esta señora, fue diagnosticada con fiebre amarilla en 1901, cuando regresaba a Gran Bretaña a bordo de un barco. Estaba embarazada y volvía de un viaje a Senegal. Bobin fue puesta en cuarentena y dada por muerta cuando los músculos se le pusieron rígidos y la cara le palideció.
Poco tiempo después del entierro, una enfermera del hospital donde pasó la cuarentena le dijo al padre de Bobin que el cuerpo de su hija no estaba frío y que en su abdomen había músculos trémulos, y que a ella le parecía aún con vida cuando fue declarada muerta. Los restos se exhumaron y se descubrió el cadáver de un recién nacido muerto por asfixia. La autopsia reveló también que Bobin falleció de asfixia y que no había contraído fiebre amarilla.

La señora Blunden

La señora, era la esposa de un comerciante de malta, estaba afincada en Basingstoke (Inglaterra). En 1674 fue encontrada en el suelo, pálida y fría. A su lado encontraron una botella de brandy y un frasco de adormidera. Llegaron a la conclusión de que había fallecido debido a la ingesta masiva de adormidera.
El marido estaba fuera y no llegó ni al funeral ni al entierro, que fue en el cementerio Hampshire.
Al día siguiente, unos niños jugaban cerca del camposanto y empezaron a oír golpes que procedían de alguna de las tumbas. Corrieron al pueblo, pero nadie les creyó. Así que, fueron solos a comprobar de dónde procedían los ruidos, descubriendo que eran de la recién enterrada Sra. Blunden.



Los niños volvieron al pueblo y esta vez un alguacil les acompañó, pero ya no se oía nada. El asunto llegó a los oídos de su marido, que acababa de llegar a la ciudad, y éste obligó al alcalde a que diese la orden para la exhumación del cadáver. Así se hizo, y la señora Blunden apareció con magulladuras, tenía los nudillos y las manos llenas de arañazos y heridas. Las autoridades decidieron volver a enterrarla y al día siguiente volvieron y trasladaron el cadáver al forense local y para realizarle un examen post-mortem.
La señora Blunden no estaba muerta, sino en estado de shock. Cuando volvieron a exhumar el cuerpo, descubrieron que el cadáver estaba más magullado que el día anterior. Tenía las muñecas rotas y las uñas estaban clavadas en la parte superior del ataúd, además tenía el rostro desencajado.

Hubo un juicio y varias personas fueron acusadas de su muerte y la ciudad multada por negligencia.

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