En la Edad Media, cuando la Iglesia era todopoderosa y la amenaza a la condenación eterna estaba muy presente, el miedo a los vampiros era omnipresente. En algunos casos, los muertos eran enterrados con un ladrillo metido en la boca para evitar que se levantara y pudiera comerse a los que habían perecido por la peste.
Los registros muestran que en el siglo XII, en la frontera escocesa, una mujer dijo que estaba siendo aterrorizada por un sacerdote muerto que había muerto que había sido enterrado en la abadía de Melrose tan sólo unos días antes.
Cuando los monjes abrieron la tumba, afirmaron haber encontrado el cadáver sangrando sangre fresca. El cadáver del sacerdote, muy conocido por haber descuidado sus deberes religiosos, se quemó.
La creencia en los vampiros floreció principalmente en los países de Europa del Este y Grecia, donde sin embargo no tenían tradición de creer en brujas. U al igual que con las brujas en Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, el vampiro se convirtió en el chivo expiatorio de los males de la comunidad.
El mundo "civilizado" descubrió estas creencias en los vampiros en el siglo XVIII, cuando los imperios occidentales ampliaron sus fronteras y se llegó a zonas remotas de Europa Central y Oriental.
El temor que recorrió el Este de Europa durante los siglos XV y XVI acerca de los vampiros propició que a aquellos que eran sospechosos de serlo se les enterrara con una serie de ritos para que no pudieran volver a la vida, tal y como han sido descubiertos ahora en Gliwice varios esqueletos.
Así lo ha relatado el arqueólogo Lukasz Obtulowicz, a cargo del patrimonio de la cercana ciudad de Katowice, mientras que el responsable del departamento de Arqueología, Jack Piezak, aseguró a un diario polaco que era "una de las formas más habituales de enterrar a los vampiros".
Los esqueletos fueron enterrados sin ropa, ni joyas, ni ninguna moneda y fueron descubiertos como consecuencia de unas obras de construcción de una carretera.
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